En 1994 un grupo de magnates se reunió en Dubai para conocer, por boca del príncipe Al Aulaqui, el llamado “proyecto John Barry”, un buque de carga hundido al final de la Segunda Guerra Mundial con un valioso tesoro en sus bodegas. Ilustrando las palabras de bienvenida, en una pantalla aparecía una frase atribuida 30 años atrás a Glout Mackinan, el más famoso rescatador de tesoros marinos: “En las profundidades del océano Índico, esperando que el hombre desarrolle la técnica apropiada para su rescate, yace el mayor tesoro de todos los mares...".
En agosto de 1944, el "John Barry" zarpó de Filadelfia rumbo al puerto iraní de Abadán. En su bodega número 3 viajaban 750 cajas de madera con tres millones de riyals de plata, valorados, en 1994, en 15 millones de dólares. El buque nunca alcanzó su destino: fue torpedeado por un submarino alemán y se hundió a cien millas de Omán, a 2.700 metros de profundidad.
Tras la presentación, Martin Bure, uno de los supervivientes del carguero, contó que el torpedo impactó en la bodega número 3, partiendo el barco en dos. También relató que la tripulación original había sido licenciada en Nueva York, donde el barco fue descargado antes de entrar en Filadelfia. Allí se le asignó una nueva tripulación, incluidos seis de agentes del gobierno que vigilaban día y noche la bodega número 2. También habló de las quejas del capitán por tener que concentrar cierta carga inesperada en una sola bodega: un peso extraordinario que obligaba al barco a navegar en condiciones muy poco marineras.
A continuación se leyeron las declaraciones del capitán, muerto veinte años atrás, en las que hacía referencia a 26 millones de dólares en lingotes de plata que el buque transportaba secretamente. En 1944 el valor de las monedas apenas alcanzaba el millón de dólares.
Al Aulaqui contó a los potenciales inversores de su proyecto que, por aquellas fechas, Roosevelt firmó secretamente con los rusos un tratado de cooperación incluyendo una importante cantidad en lingotes de plata para paliar el esfuerzo de guerra de los soviéticos. Para certificar sus palabras, mostró un documento recién desclasificado, confirmando que las bodegas del "John Barry" transportaban 26 millones de dólares en lingotes de plata con un valor, en 1994, de 380 millones.
Monedas brillantes.
Finalmente, en un gesto teatral, arrojó sobre la mesa una moneda de plata rescatada del lecho del océano, dando paso al que presentó como el primer hombre en llegar al "Titanic" después de su hundimiento, el cual contó que un robot submarino había fotografiado al "John Barry" partido en dos a la altura de la bodega número 3. Una fotografía mostraba centenares de monedas brillando entre el barro y otra permitía ver la proa incrustada en el fondo como consecuencia del impacto al caer. El acceso a la bodega número 2, donde se suponían almacenados los lingotes, aparecía cerrado por dos enormes tractores que permanecían sobre la cubierta como guardianes eternos del secreto de la bodega.
Al Aulaqui admitió que sería un rescate complicado por la gran profundidad, y que el alquiler del "Flex-LD", una antigua plataforma petrolífera con capacidad de rescate, ascendía a 30.000 dólares diarios. Además, el monzón haría inútiles cuatro días de trabajo de cada diez. A pesar de todo, los magnates aprobaron un presupuesto de diez millones de dólares. Sólo el valor de los riyals, cuya existencia era segura, convertía la inversión en un negocio rentable.
La primera inmersión se produjo seis meses después, pero tuvieron que trascurrir diez días para que llegaran los primeros frutos. Cuando el "Flex-LD" consiguió aspirar el barro localizado entre los grandes restos del barco y el contenido de la lanza de prospección llegó a bordo, fue como si hubieran ganado el "jackpot" de una máquina tragaperras. Una tras otra, el ingenio arrojó en cubierta un millón y medio de las ansiadas monedas.
Pero no era el premio gordo. En busca de los lingotes de plata se dinamitó la bodega número 2. La visibilidad era tan mala que hubo que esperar dos días a que se sedimentaran los restos y otros dos por culpa del monzón. A bordo del "Flex-LD" se vivieron momentos de mucha agitación. Cuando al fin la lanza iluminó la bodega, encontraron únicamente armas, repuestos de automóviles y camiones militares.
La tensión se apoderó del "Flex-LD". Se dinamitó la bodega número 4, donde las imágenes mostraron unas grúas ocupando el espacio de carga. Quedaba la número 1, pero estaba enterrada en el fango y recuperar su contenido sería largo y costoso. Martin Bure se refirió al tanque de lastre situado bajo esta bodega, que solía llenarse de agua salada para dar estabilidad al barco. Sus dimensiones eran aptas para los supuestos lingotes y además, recordó, antes de cargar en Filadelfia el buque permaneció en Nueva York envuelto en el más estricto de los secretos. En Filadelfia aún se podía sentir el olor a soldadura en las bodegas de proa. Por otra parte, ese compartimento sólo era accesible a través de la bodega número 2, lo que justificaba la vigilancia permanente de dicho espacio.
Pero había otras opiniones. En 1944 los muelles americanos era verdaderos nidos de espías y las operaciones para engañar a los informadores del adversario eran moneda corriente. Alguien insinuó que el "John Barry" pudo haber sido un señuelo para hacer llegar la plata a Stalin a través de otro barco. Tras someterlo al juicio de los inversores, se desestimó la operación. La sentencia de Glout Mackinan seguía vigente y el momento de recuperar el tesoro, si verdaderamente existía, no había llegado todavía.
Los restos del "John Barry" continúan en el fondo del mar y quizás guarden aún los 600 millones de euros en que se calcula hoy el valor de los lingotes. Es demasiada profundidad y, afortunadamente, ahí abajo Neptuno sigue siendo el rey. Es lo que nos permite mantener el secreto de éste y otros muchos misterios del océano.
Publicado en LA RAZÓN.ES (4 abr 2010). Escrito por Luis Mollà.
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